
Hubo un tiempo en el que no me faltaba nada.
Caminaba ligera.
Reía sola.
Sentía que el mundo, a pesar de sus grietas, era un lugar seguro dentro de mí.
Pero algo cambió.
Poco a poco, sin darme cuenta, empecé a alejarme de casa.
De mi centro.
De esa parte de mí que era suficiente, que era luz, que era vida.
Lo hice por amor y miedo a la vez.
Lo hice buscando un abrazo que no supiera soltarse.
Lo hice entregándome entera, esperando que al vaciarme de mí alguien quisiera llenarme de él.
Y me perdí.
Me perdí en miradas de los demás.
Me perdí en validaciones externas.
Me perdí en el hambre de ser elegida, de ser suficiente, de ser amada.
Cuando todo se rompe
Cuando todo se rompió, no fue solo el mundo afuera el que se desmoronó.
Fui yo.
Se desmoronaron los cimientos sobre los que había construido mis días.
Se desdibujaron los sueños compartidos, los proyectos que un día creí firmes, las presencias que creí eternas.
Todo aquello que sentía como hogar —personas, lugares, certezas— se quebró.
Y, con ello, también se rompió la imagen que tenía de mí misma.
Y dolió.
Dolió más de lo que jamás hubiera creído poder soportar.
Dolió la ausencia.
Dolió el silencio.
Dolió esa vieja promesa invisible de que si daba todo de mí, alguien me sostendría.
Hubo noches en las que el silencio era tan denso que respirar era un acto de valor.
Hubo días en los que no encontraba un solo motivo para levantarme.
Hubo momentos en los que me pregunté, si algún día volvería a sentirme viva.
El alma no se rompe
Y sin embargo, no morí. Fue mi luz la que, intacta y silenciosa, decidió quedarse.
No fue fuerza.
Fue rendición.
No fue esperanza.
Fue aceptación.
Me rendí al dolor.
Me rendí al vacío.
Me rendí a la soledad.
Me rendí a la verdad profunda de que nadie podía salvarme más que yo misma.
Y entonces, en el silencio más crudo, en la noche más larga, pasó algo.
No fue una explosión.
No fue un milagro.
Fue un susurro.
Un latido tenue.
Una lágrima tibia que no venía de la tristeza, sino de algo mucho más antiguo: el alma volviendo a casa.
Volver a ti
Ahí entendí.
Entendí que despertar no era encontrar algo nuevo afuera.
Era recordar quién había sido siempre, debajo de todas mis ganas de ser querida.
Era volver a mi esencia.
Era recordar mi luz.
Era abrazar mi oscuridad sin pedirle permiso a nadie.
El vacío que tanto temía no era el fin.
Era la puerta.
La soledad que tanto temía no era castigo.
Era la cura.
Hoy elijo entregarme primero a mí.
Hoy elijo cuidar mi fuego para que ilumine, no para que se consuma.
Hoy sé que el amor verdadero no exige que deje de ser yo,
sino que me invita a ser más yo que nunca.
Si tú también sientes este vacío...
Y quizás tú, que estás leyendo esto, también hayas sentido ese vacío.
Esa soledad cruda.
Ese anhelo silencioso de ser vista, elegida, sostenida.
Si es así, te abrazo en lo más profundo.
No para decirte que el dolor pasa rápido.
No para prometerte que la vida se vuelve fácil.
Sino para recordarte que el alma no se rompe.
El alma se esconde a veces, sí.
Se cansa.
Se calla.
Pero no muere.
Nunca muere.
Y en el momento en que dejes de buscar fuera lo que llevas dentro, en el momento en que sueltes el hambre de amor, en el momento en que te mires en tu peor momento y aún así digas:
"Aquí estoy. No me dejo sola."
ese será tu verdadero despertar.
No cuando te aplaudan.
No cuando alguien te elija.
No cuando todo esté en calma.
Será en el temblor.
Será en el silencio.
Será en ti.
Porque a veces, justo cuando todo se cae,
cuando no queda nada,
cuando sólo estás tú con tus ruinas y tu alma desnuda,
ahí, sin aviso,
sin estruendo,
empiezas a despertar.
Y créeme: no hay milagro más grande que ese.
¿Cómo empezar a despertar?
No hay un único camino.
Cada alma encuentra su manera de volver a casa.
Pero si hoy estás en ese lugar oscuro, si sientes que has tocado fondo, quizás estas pequeñas semillas puedan ayudarte a empezar:
Pequeñas semillas para volver a casa
🌿 Permítete sentirlo todo.
El dolor, la rabia, el vacío, la tristeza. No corras. No tapes. Todo lo que sientes tiene algo que enseñarte.
🌿 Quédate contigo.
No busques llenar el silencio. No busques que otros tapen tu herida. Quédate. Abrázate como te hubiera gustado que te abrazaran.
🌿 Deja de exigirte ser fuerte todo el tiempo.
Ser vulnerable también es fuerza. Llorar también es sanar.
🌿 Honra tus ritmos.
No te castigues si no ves cambios rápidos. Despertar no es un destino. Es un regreso lento y amoroso.
🌿 Haz espacio para ti.
Camina en la naturaleza. Escribe lo que sientes. Crea pequeños momentos sagrados donde tu alma pueda respirar.
🌿 Recuerda que tu alma no necesita ser salvada.
Sólo necesita ser escuchada. Y tú eres la única capaz de hacerlo.
Cada pequeño gesto, cada pequeña decisión de no abandonarte,
es un acto de amor que te acerca un poco más a ti.
No hay prisa.
No hay un camino correcto.
Sólo hay un latido dentro de ti que sabe el camino de regreso a casa.
Escúchalo.
Confía.
Suelta.
Y permite que tu alma, poco a poco, vuelva a brillar.
Con amor, Ingrid